Me gusta pasaear por la orilla con el mar en calma. Las pequeñas olas que aterrizan en mis pies me acarician los tobillos cuando retroceden para volver a coger impulso.
La brisa fresca en mi cara me trae el olor a algas perfumadas por la sal. Me detengo y observo el horizonte del océano, dibujado por una fina línea que separa mi campo de visión con lo desconocido.
Cierro los ojos y respiro... y me dejo llevar por los sonidos inconfundibles de la playa. El fragor de las olas rompiendo y gaviotas surcando por el mar, buscando su plato diario.
Me siento e introduzco mis dedos en su cálida y virgen arena. Su calor es placentero cuando roza mi piel.
Descanso con la cabeza recostada sobre la arena, sin importarme cuánta cantidad de tierra se introduce por el tejido de mi ropa. Vuelvo a cerrar los ojos durante unos segundos y al abrirlos observo otro océano inmenso y celeste. Esa mañana despejada no había nubes que lo adornara.
Una melodía se balancea por mi cabeza. Me dejo llevar por la extraña sensación que me provoca "Possibility de Lykke Li" mientras sigo observando el horizonte.
Me incorporo, y de nuevo contemplo ese océano inmenso en el que tantas veces me había sumergido. Lo examino con la curiosidad de saber qué se sentiría en esos momentos si me adentrara en él. Mi corazón se aceleraba al imaginarlo, me hacía sentir viva y llena de libertad.
Un impulso incontrolado y frenético me hizo tomar la decisión repentina de ser abrazada por esas aguas en ese preciso momento. Nadie podía impedir que lo hiciera, nadie estaba conmigo para recordarme que aquello era una absurda locura. Sin detenerme a pensar en las consecuencias del frío primaveral me desprendí de los vaqueros y del jerseys hasta quedarme en ropa interior y mangas cortas.
Los pequeños cristales que me guiñaban en su superficie invitaban a formar parte de su hermosura.
Mi piel se estremeció ante el frío cortante de sus brazos, pero el fuego interno que se propagaba en mi interior competía contra el gélido manto de su bravura. Y lentamente sumergí mi cuerpo hasta cubrirme con su frialdad.
Y así me bauticé en sus aguas, en su arena. Y me revolqué en sus entrañas hasta quedar grabado en cada uno de los poros de mi piel el sabor a libertad.
La brisa fresca en mi cara me trae el olor a algas perfumadas por la sal. Me detengo y observo el horizonte del océano, dibujado por una fina línea que separa mi campo de visión con lo desconocido.
Cierro los ojos y respiro... y me dejo llevar por los sonidos inconfundibles de la playa. El fragor de las olas rompiendo y gaviotas surcando por el mar, buscando su plato diario.
Me siento e introduzco mis dedos en su cálida y virgen arena. Su calor es placentero cuando roza mi piel.
Descanso con la cabeza recostada sobre la arena, sin importarme cuánta cantidad de tierra se introduce por el tejido de mi ropa. Vuelvo a cerrar los ojos durante unos segundos y al abrirlos observo otro océano inmenso y celeste. Esa mañana despejada no había nubes que lo adornara.
Una melodía se balancea por mi cabeza. Me dejo llevar por la extraña sensación que me provoca "Possibility de Lykke Li" mientras sigo observando el horizonte.
Me incorporo, y de nuevo contemplo ese océano inmenso en el que tantas veces me había sumergido. Lo examino con la curiosidad de saber qué se sentiría en esos momentos si me adentrara en él. Mi corazón se aceleraba al imaginarlo, me hacía sentir viva y llena de libertad.
Un impulso incontrolado y frenético me hizo tomar la decisión repentina de ser abrazada por esas aguas en ese preciso momento. Nadie podía impedir que lo hiciera, nadie estaba conmigo para recordarme que aquello era una absurda locura. Sin detenerme a pensar en las consecuencias del frío primaveral me desprendí de los vaqueros y del jerseys hasta quedarme en ropa interior y mangas cortas.
Los pequeños cristales que me guiñaban en su superficie invitaban a formar parte de su hermosura.
Mi piel se estremeció ante el frío cortante de sus brazos, pero el fuego interno que se propagaba en mi interior competía contra el gélido manto de su bravura. Y lentamente sumergí mi cuerpo hasta cubrirme con su frialdad.
Y así me bauticé en sus aguas, en su arena. Y me revolqué en sus entrañas hasta quedar grabado en cada uno de los poros de mi piel el sabor a libertad.
Conozco esa sensación de libertad. He oído los susurros de los destellos plateados sobre su superficie, y esa enigmática y atrayente sensación de humildad al introducirme en las aguas. Supongo que es una especie de regresión a una gigantesca placenta en la que nos sentimos a salvo.
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